Casi siete de cada diez adolescentes españoles de 13 a 17 años consumen pornografía de forma frecuente. Lo hacen fundamentalmente en la intimidad, desde el móvil, y consumen contenidos gratuitos en los que el 88% de las escenas son escenas agresivas o violentas. El 94% de esa violencia está dirigida hacia la mujer y el 95% de ellas da a entender que a ellas les gusta ser tratadas así.
Acceden por primera vez a este tipo de contenidos entre los 8 y los 12 años, el 30% reconoce que es su única fuente de información sobre sexualidad y más de la mitad que la pornografía online les da ideas para sus propias experiencias sexuales.
Por otra parte, sólo un tercio de los padres supervisa de forma habitual la actividad de sus hijos cuando juegan online, usan redes sociales o navegan por internet. Y solo el 11% toma medidas al respecto.
Nueve de cada diez padres y madres ignoran que sus hijos e hijas consumen pornografía online.
La adolescencia es una de las etapas de transición más importantes en la vida del ser humano, que se caracteriza por un ritmo acelerado de crecimiento y de cambios y que incluyen también todos los relacionados con la sexualidad.
El consumo de pornografía afecta en el desarrollo sexual adolescente e impacta en su forma de entender la sexualidad y en sus relaciones, y puede desembocar en comportamientos de riesgo.
La tecnología ha hecho que la pornografía sea más accesible, anónima e interactiva y se ha convertido en una pieza más del aprendizaje de la sexualidad adolescente, que afecta a su forma de relacionarse y puede derivar en conductas de riesgo o nocivas.
Los procesos fisiológicos implicados en el sexo y, en particular, en la pornografía.
De las dos partes en las que se divide el cerebro desde este punto de vista, la superior es la encargada del compromiso personal (pensamiento racional, libre albedrío, moral), y la inferior del placer sexual (impulsos, emociones, sentimentos). La reproducción también depende del cerebro inferior, y el placer sexual es su principal activador.
El efecto Coolidge
Aquí es donde entra el denominado efecto Coolidge, bien estudiado por los biólogos.
El experimento consistió en introducir una rata macho en una caja junto a una rata hembra en celo. El macho se emparejaba con la hembra, y después perdía interés aunque ella siguiese en celo. Sin embargo, si en ese momento se metía una nueva rata hembra, el macho volvía a emparejarse. Y lo mismo si se introducía una tercera hembra. La rata macho llegaba hasta el agotamiento con tal de reproducirse, pero siempre sin repetir con cualquiera de sus parejas.
El efecto Coolidge no es una peculiaridad de las ratas, se ha encontrado en todos los animales estudiados,
Desde la neuropsicología conocemos además que la pornografía afecta seriamente el cerebro (adulto) de los que la consumen, y los hombres que consumen mucha pornografía tienen menos materia gris en el lóbulo derecho y registran una reducción de su actividad cerebral. Y todo ello amén de que necesitan imágenes cada vez más explícitas y gráficas para conseguir el mismo nivel de estímulo sexual.
La pornografía juega con el instinto reproductor del cerebro inferior: el poder de la pornografía procede de la forma en la que engaña al cerebro inferior. Uno de los inconvenientes de esta región es que no puede diferenciar entre una imagen y la realidad. La pornografía ofrece al hombre un número ilimitado de mujeres aparentemente dispuestas. Cada vez que, en cada clic, ve una nueva pareja, su deseo sexual aumenta de nuevo.
Esto significa que el cerebro inferior llega a preferir la pornografía al sexo real con una esposa, y la responsable de esto es una sustancia llamada dopamina. La dopamina es “la droga del deseo; cuando ves algo deseable, tu cerebro segrega dopamina diciéndote ‘¡Ve a por ello!’, fija tu atención y te da poder de concentración” para conseguirlo.
¿Qué pasa en el cerebro de una persona cada vez que hace un clic sobre una nueva imagen pornográfica? Que su cerebro inferior cree que es algo real, que esa es la mujer a la que hay que conquistar, y lanza una gran dosis de dopamina sobre su cerebro superior, produciendo una cantidad salvaje de energía eléctrica.
Cada nueva imagen supone un nuevo torrente de dopamina, una vez tras otra, a cada clic, mientras eso continúe. Es un ‘atracón’ de dopamina.
¿Qué hace el cerebro con ese torrente que no puede drenar?: si alguien empieza a gritar cuando hablamos por teléfono, bajamos el volumen del teléfono. Si luego nuestro interlocutor deja de gritar y habla en tono normal, ya no podemos oírle.
Exactamente lo mismo pasa en el cerebro; Si una persona mantiene alto el ‘grito’ de dopamina sobreestimulándose con pornografía, el cerebro baja el volumen, porque a las sinapsis (conexiones) del cerebro no les gusta ser sobreestimuladas con dopamina, así que responden destruyendo receptores de dopamina.
Ése es el círculo vicioso de la pornografía, porque cuando el usuario vuelva a ella, al tener menos receptores de dopamina, necesitará más estimulación para conseguir la misma emoción de dopamina. Pero eso obligará al cerebro a destruir más receptores, por lo que experimenta una necesidad aún mayor de pornografía para estimularle.
Esto describe a la perfección el comportamiento del pornoadicto: tienen que consumir pornografía por periodos cada vez más largos, y visitar cada vez más sitios, para conseguir el mismo efecto.
Y aquí entramos en un “periodo peligroso”, lo cual constituye la razón número uno para no empezar a consumir pornografía. Porque hay un truco para incrementar la excitación de dopamina cuando el efecto empieza a debilitarse, y es añadir adrenalina al cóctel.
Y ¿cómo conseguir más adrenalina? Pues obviamente estimulando otras emociones: el miedo, el asco, el shock, la sorpresa. Lo cual, cuando hablamos de pornografía, implica empezar a buscar cosas más perversas, cosas que pueden asustarte o sentirte mal; y así empiezas a experimentar diversas perversiones.
Neuroplasticidad
Ese mix de adrenalina y dopamina es enormemente potente y “dispara la denominada neuroplasticidad” del cerebro, una especie de “recableado”.
¿En qué consiste este proceso? En la capacidad del cerebro para adaptarse, en este caso a las imágenes que produjeron esa producción conjunta de adrenalina y dopamina, tanto más si va acompañada del orgasmo, “la recompensa natural más potente”. El cerebro “graba” ese punto para hacerlo deseable en el futuro.
Desánimo vital
Pero hay más consecuencias. La sobreestimulación de dopamina por la pornografía, y la consecuente destrucción de receptores de dopamina, deja poca dopamina para la vida diaria. Eso se traduce en síntomas como el aburrimiento o la pereza, la falta de concentración, el cansancio, la ansiedad, la depresión, la irritabilidad, la desmotivación…
Y otra más, muy importante: La incapacidad para experimentar las sutiles alegrías de la vida, ya sean los deportes, el estudio, la amistad o la oración. Los afectados se vuelven solitarios, pierden interés en los demás, se hace difícil estudiar porque cuesta concentrarse, desarrollan un déficit de atención porque la concentración necesita dopamina.
De hecho, ya conocemos que no pocos casos acuden a estimulantes para suplir esa carencia.
En resumen: su sistema de la dopamina ha sido secuestrado por la pornografía, al tiempo que el cerebro continúa empujándole a ver más pornografía. Su poder de resistencia será cada vez menor. Es la trampa perfecta: mientras desciende por la cuesta, descubre que ya no tiene capacidad para frenar.