El consumo abusivo de alcohol es un problema de salud pública relacionado con múltiples causas. Por sus características evolutivas, como la búsqueda de identidad personal e independencia, alejamiento de los valores familiares y énfasis en la necesidad de aceptación por el grupo de iguales, la adolescencia se convierte en la etapa con mayor riesgo de inicio del consumo de drogas.
Las repercusiones del consumo en la etapa de crecimiento son considerables, provocando consecuencias tanto físicas como psicológicas. Entre los inconvenientes derivados del abuso de alcohol en la adolescencia destacan los problemas de salud, afectivos, escolares, legales, sexo no planificado y consumo de otras drogas. Este último factor es especialmente relevante, ya que el inicio y mantenimiento del consumo de drogas legales ha sido identificado como factor de riesgo para iniciarse en el uso de drogas ilegales.
La incidencia del consumo habitual de alcohol, tabaco y cannabis entre los jóvenes es elevada. Además, el contacto de los escolares con las drogas se produce cada vez a edades más tempranas.
Los últimos datos de prevalencia del consumo de sustancias en la población escolar española informan de tasas de consumo reciente del 58% para el alcohol, 27.8% para el tabaco y 20.1% para el cannabis (Observatorio Español sobre Drogas, 2015). El patrón de consumo se concentra en los fines de semana junto a un adelanto en la edad de iniciación.
Uno de los grupos de factores de riesgo que han captado más la atención entre los investigadores ha sido el de los factores familiares. El consumo de drogas tiene como base un proceso de socialización en el que influye la familia como transmisora de creencias, valores y hábitos que condicionan más adelante la probabilidad de consumo.
A este respecto, son numerosos los estudios que tratan de detectar los posibles factores de protección y de riesgo de consumo.
Los factores individuales relacionados con el consumo y/o abuso de drogas en la adolescencia, entre los que destacó la edad y precocidad del inicio, los rasgos de personalidad (búsqueda de sensaciones), baja autoestima o autoconcepto, locus de control externo, rebeldía, baja tolerancia a la frustración, factores cognitivos (conocimientos, actitudes, creencias y expectativas) y problemas conductuales. Otros trabajos tratan de descubrir la relación entre consumo de drogas legales y variables psicosociales como la influencia del grupo de iguales (Graña y Muñoz- Rivas, 2000; Sussman et al., 2004), el afecto y supervisión parental (Martínez, Fuertes, Ramos y Hernández, 2003), el ambiente escolar (Alonso y Del Barrio, 1996), la ansiedad rasgo (Becoña y Míguez, 2004), el estrés (Becoña, 2003), el autoconcepto (Abu-Shams, Carlos, Tiberio, Sebastián, Guillén y Rivero, 1997), la impulsividad (Llorens, Palmer y Perelló, 2005) y las habilidades sociales (Felipe, León, Gonzalo y Muñoz, 2004).
La literatura ha aportado evidencia acumulativa de que el consumo juvenil de drogas responde a un patrón conductual multideterminado, donde se integran variables tales como actitudes, búsqueda de sensaciones, presión de grupo, tendencias socioculturales y otros factores coadyuvantes.
En este sentido hay que añadir lo complicado que resulta determinar las consecuencias para el desarrollo y ajuste adolescente el consumo de sustancias, debido a que está asociado a múltiples factores de riesgo que, a su vez, influyen sobre el desarrollo adolescente y que fundamentalmente daña aspectos de neurodesarrollo. Así, muchos estudios encuentran que el consumo de sustancias en adolescentes está relacionado con el fracaso o abandono escolar, problemas conductuales o síntomas depresivos, aunque el hecho de que la mayoría de estudios que encuentran esta relación sean transversales hace que sea difícil saber si se trata de consecuencias o de precursores del consumo de sustancias.
Por otra parte, no faltan investigaciones que encuentran relación entre el consumo, generalmente moderado o experimental, y algunos indicadores de un buen ajuste en la adolescencia o adultez (Bentler, 1987; Chassin, Pitts y Prost, 2002; Shedler y Block, 1990). Estos resultados no son sorprendentes si tenemos en cuenta que la experimentación con drogas, como el alcohol, el tabaco o el cannabis, está muy extendida y aceptada en la sociedad actual, y más entre los adolescentes y jóvenes, y se ha convertido en un comportamiento normativo o una especie de rito de tránsito que marca el fin de la niñez. Así, la asunción de ciertos riesgos, al margen del peligro que conllevan, pueden considerarse como tareas que deben resolverse en un momento de transición evolutiva (Schulenberg y Maggs, 2002).
Estas conductas serían funcionales y dirigidas a un objetivo central para el desarrollo adolescente. Si atendemos a la relación entre consumo de sustancias y la edad, la iniciación suele tener lugar entre los 11 y los 16 años, aumentando el consumo en frecuencia y cantidad durante los años de la adolescencia hasta tocar techo en torno a los 25 años, momento en que comienza a disminuir, probablemente debido a la asunción de los roles y responsabilidades propias de la adultez (Chassin et al., 2004; Gil y Ballester, 2002). La relevancia de nuestro estudio de los factores que afectan a que haya más o menos consumo de drogas para mejorar la calidad de vida de los adolescentes dadas las dificultades Así, resulta interesante diferenciar entre distintas pautas en el consumo, puesto que algunas de ellas pueden resultar no problemáticas, mientras que otras serán más desadaptativas.
Algunos de estos estudios identifican un grupo de adolescentes de iniciación precoz seguida de una escalada pronunciada en el consumo y con las consecuencias más negativas a largo plazo. Sin embargo, no coinciden todos los estudios en considerar al grupo de iniciación precoz como el de más riesgo, ya que en algunos casos, son los adolescentes que comienzan algo más tarde, pero cuyo consumo sigue una clara trayectoria ascendente, quienes muestran en la adultez temprana los niveles más altos de dependencia y abuso (Hill, White, Chung, Hawkins y Catalano, 2000; Muthen y Shedden, 1999).
No obstante, aparte de la edad, entran en consideración una cantidad elevada de variables a tener en cuenta para comprender el fenómeno no solo del consumo de sustancias, sino el del mantenimiento y fidelización de dicho consumo.
Le recomiendo seguir el siguiente enlace de artículo mío referente a Factores de riesgo predictores del patrón de consumo de drogas durante la adolescencia.
Respecto a la prevención de las conductas adictivas se ha prestado atención, en las últimas décadas, a las manifestaciones psicopatológicas que favorecen el establecimiento de la adicción, considerando a ésta como una más de tales manifestaciones (Medina-Mora, 2005). Sin embargo, esta acumulación de etiquetas diagnósticas apenas ha favorecido la comprensión del proceso mediante el cual algunas personas quedan atrapadas en el consumo, mientras que otras consiguen controlarlo o abandonarlo con mayor o menor rapidez. Estudios más recientes comienzan a interesarse por las vías que siguen los individuos para transitar entre el consumo y la adicción y las alteraciones cerebrales (Daño cerebral por el consumo) que favorecen el tránsito (Lopez-Quintero et al., 2011).
Los modelos de prevención basados en conocimientos neurocientíficos deberán incluir un doble foco de acción: en primer lugar, reducir al máximo las fuentes de estrés del entorno, a través de la detección precoz de problemas y dificultades, la orientación familiar, la asesoría a los maestros y profesores, la oferta de alternativas académicas y lúdicas, etc…, especialmente en los sujetos sensibilizados por circunstancias diversas y, en segundo lugar, incrementar hasta donde sea posible el desarrollo de las capacidades del sujeto, a través de estrategias específicas de carácter socioeducativo y psicológico que permitan un desarrollo neuropsicológico lo más adecuado posible y una mejor competencia social, potenciando una mejor gestión de la toma de decisiones, así como el desarrollo de una mayor resiliencia, y facilitando estrategias de afrontamiento que permitan reducir el malestar y el distrés asociado a los eventos cotidianos.
En todo este planteamiento, como puede verse, la sustancia en sí no supone un factor relevante, entre otros motivos, porque el concepto adicción remite no sólo al consumo de drogas, sino también a la ludopatía, la adicción al sexo, a las compras, a la tecnología, etc… Los factores señalados como predisponentes o protectores lo son de cara a todo el espectro de comportamientos que se encuadrarían en el fenotipo anteriormente mencionado que se vincula a la externalización.
De este modo, la prevención debería incorporar los conocimientos que progresivamente se van acumulando en el terreno de las neurociencias, abriendo sus perspectivas a un trabajo sinérgico sobre los diferentes niveles: el neurobiológico, el neuropsicológico, el psicosocial y el socioeducativo. Todo ello invita a considerar la relación mutua e interactiva entre la predisposición genética, las condiciones ambientales promotoras de estrés, el desarrollo de las funciones ejecutivas y la resiliencia, y el inicio de los procesos adictivos, con el objeto de integrar en el análisis de los problemas de adicción los diferentes niveles y enfrentar los problemas asociados al consumo problemático de sustancias desde una perspectiva holística, acorde con un enfoque verdaderamente biopsicosocial.
Todas las familias deberían estar formadas (y no solamente informadas) respecto a esta realidad y por ello les sugiero que entren en el documento completo que a continuación les enlazo desde aquí.
Para leer el documento completo descarguelo de aquí.
Psicólogo Municipal / Neuropsicólogo
Excmo. Ayuntamiento de Albatera. Área de Sanidad