La frustración ocurre cuando una persona realiza una acción una y otra vez de forma repetida con la expectativa de conseguir una recompensa, pero ésta nunca llega lo que se asocia con un enfado.
Esta recompensa puede ser algo tangible como comida o sexo si hablamos de nuestras necesidades básicas como los animalitos que somos o de dinero si hablamos en términos de nuestra sociedad actual. Pero también puede ser una recompensa que no sea tangible como reconocimiento, amor, poder o realización personal. Todas ellas, tangibles e intangibles, necesitan las mismas vías neuronales y utilizan las mismas moléculas (neurotransmisores) para activar este circuito de recompensa.
El neurotransmisor o molécula encargada de transmitir la información al centro de recompensa del cerebro, es la dopamina y es la que nos permite seguir adelante con nuestros proyectos, ideas y propósitos. Cualquier cosa que nos devuelva algún tipo de recompensa.
Sin embargo, como todo en la naturaleza, nuestro cerebro tiende a buscar el equilibrio, lo que en lenguaje técnico se conoce como “homeostasis”. Esto significa que igual que tenemos una molécula para tirar pa’lante también tenemos otro neurotransmisor que nos dice: eeeeeeeeh! ¿dónde vas? ¿por qué no dejas esto ya? Sería como la enemiga de la dopamina, y se llama nociceptina según el estudio de Parker et al., 2019.
Esta nociceptina forma parte del circuito de dolor y las neuronas que la producen se han llamado “neuronas de la frustración”. Estas neuronas se encuentran en una zona del cerebro que se llama área tegmental ventral (circuito del dolor) y que está muy cerca del centro de recompensa que te comentaba antes. De esta manera, las neuronas de la frustración tienen un camino más corto y sencillo para poder frenar y controlar lo que Miss-Dopamina-yo-puedo-con-todo quiera hacer.
Tendríamos a estas dos moléculas en la búsqueda continua del equilibrio de tal manera que no seamos máquinas de hacer, hacer, hacer para tener una recompensa ni tampoco seamos trapitos flojos sin objetivos y regocijándonos en el dolor y el enfado.
Esto que parece tan sencillo como que una molécula tira y otra frena, desafortunadamente no es tan fácil. A toda nuestra genética y neuroquímica de la frustración, le tenemos que sumar lo que conocemos como “temperamento”. El temperamento o carácter de nuestra personalidad determina que tengamos alta o baja tolerancia a la frustración y esto también se refleja en la actividad cerebral: las personas con baja tolerancia a la frustración (las que saltan a la mínima o las que “tienen la piel muy fina” como decimos en mi casa), tienen una mayor activación de ciertas zonas del cerebro llamadas corteza cingulada posterior, precuneus y lóbulo parietal inferior.
Todas estas áreas, están relacionadas con el circuito de recompensa y por tanto se van a ver afectadas por las señales que les manden nuestras neuronas de frustración. Como ves en la gráfica de la derecha, las personas con baja tolerancia a la frustración tienen una actividad cerebral más elevada en las zonas cerebrales que te señalo a la izquierda.
¿Cuáles son las implicaciones de estos descubrimientos?
Más allá del entendimiento del funcionamiento de nuestros sistemas de recompensa y dolor, estos hallazgos tienen repercusión en el desarrollo de fármacos para la depresión o el tratamiento de las adicciones. Ya que en ambos trastornos los sistemas de recompensa están alterados (a la baja en la depresión y a la alta en las adicciones). Una posibilidad que surge es que no sólo el sistema de recompensa (dopamina) esté fallando si no que también el sistema de nocicepción (nociceptina) y sus neuronas de frustración estén alteradas y en un caso estén frenando en exceso las acciones (depresión), y en otro el freno de la búsqueda de placer/recompensa sea inexistente (adicciones).
Pero más allá de la posible utilidad que puedan tener estos descubrimientos, me gustaría dejarte este otro mensaje: y es que sepas e interiorices que el hecho de “abandonar” algo, cambiar de estrategia o dejar de hacer alguna cosa después de haberlo intentado varias veces no significa que seas una persona débil o que estés fallando(te). Lo que ocurre es que te estás haciendo un favor y estás recuperando el equilibrio que nuestro cerebro necesita.
Así que porfa, la próxima vez que te pilles diciéndote internamente algo como: soy un fraude, lo tendría que intentar una vez más y te surja un enfado, párate y date las gracias, porque tus neuronas de la frustración están echando el freno por ti y mirando por tu bienestar.