Dormir, sueño, evolución (y pesadillas)

El tema del descanso y del sueño es complicado de explicar porque es muy muy complejo e intervienen factores genéticos, psicológicos y ambientales. Así que voy a intentar dar unas pinceladas y a centrarme sólo en un par de aspectos del sueño.

Evolución y sueño

Dormir es un proceso fundamental que ocurre en todos los animales, incluyéndonos a los humanitos como animales que somos. Si lo piensas desde un punto de vista evolutivo, dormir tiene que tener muchos beneficios como para permitirnos el lujo de esa vulnerabilidad extrema (ante los posibles depredadores si nos vamos a miles de años atrás) o esa desconexión total de lo que pasa en el exterior, si hablamos en términos más actuales. Mu’güeno tié que ser, ¡oiga!

Con toda la actividad nocturna que ocurre durante el sueño podemos consumir hasta 50 calorías por cada hora que dormimos.

Más grasa, menos glucosa

Volviendo al metabolismo del cerebro: cuando dormimos, nuestro cerebro disminuye su necesidad de consumir glucosa y oxígeno. Esto ocurre en parte porque hay menos actividad neuronal, lo que se nota porque disminuye la cantidad de glutamato, que es el chivato que nos dice si las neuronas se están comunicando entre ellas o no. Además, nuestro cerebro aumenta de manera muy considerable su capacidad antioxidante y reparadora (uno de los chivatos en este caso son los niveles de glutatión). Te lo explico en esta figura (adaptado de Aalling et al., 2018. Current Neurology and Neuroscience Reports).

Además, se sabe que durante las fases del sueño el cerebro deja de utilizar la glucosa como su combustible principal y comienza a usar los ácidos grasos y las cetonas. Con estos últimos materiales, las células nerviosas producen nuevas membranas, restauran zonas dañadas y preparan todos los productos necesarios para cuando nos despertemos. Es como si hiciéramos un inventario, una limpieza y una reparación nocturnas para que al día siguiente esté todo listo y en orden. Maravilla.

Lo que nos gusta una fiesta…

Y como te adelantaba, la fiesta nocturna de nuestro cerebro y su actividad frenética y caótica. En un estudio del año 2014 observaron la actividad cerebral durante la actividad diaria, la fase de sueño ligero o adormecimiento, la fase con sueños vívidos (la famosa fase REM) y la fase de sueño profundo. Puedes sacar tus propias conclusiones con la siguiente imagen que indica que cuanta mayor actividad nerviosa hay, más colores amarillos y rojos aparecen en la imagen (Adaptado de Castellani et al., 2014. Frontiers in Genetics).

Es precisamente cuando el cerebro tiene una actividad más caótica que tenemos más descanso, que ofrecemos más rendición y mostramos más vulnerabilidad.

Todas las culturas desde la grecorromana hasta Freud y Jung de manera más reciente han puesto gran empeño en esta fascinante tarea. Te doy un dato más, fue en 1879 cuando Wilhem Wundt fundó el primer laboratorio de Psicobiología para estudiar la relación entre la actividad onírica y la fisiología del cerebro y se centró sobre todo en los estados anormales de la conciencia, especialmente las alucinaciones, la depresión, la hipnosis y los sueños.

Lo que sabemos 144 años después

Todo lo relacionado con el sueño y los sueños es un área tremendamente compleja de estudiar y sinceramente, es un poco jaleo. Nuestros sueños y pesadillas son creaciones de la mente que ocurren durante las fases no REM y REM (del inglés, movimiento rápido de los ojos- Rapid Eye Movement). En la fase REM, nuestro cerebro es mucho más activo y es durante este período cuando se producen la mayoría de los sueños vívidos y los que somos capaces de recordar. Los estudios con resonancia magnética funcional (fMRI) han demostrado que áreas como la corteza prefrontal, el hipocampo y el tálamo están implicadas en la formación de los sueños. De hecho, se sabe que ciertas zonas tienen una actividad metabólica mayor durante la fase REM que en el estado despierto como las que ves remarcadas en amarillo en la imagen de abajo del estudio de 2005. El aumento de la actividad metabólica es un reflejo de su gran actividad.

Pesadillas idiopáticas

Las pesadillas idiopáticas son aquellas que tienen un origen desconocido, es decir, que no están asociadas a trauma, epilepsias, drogas u otros motivos. Ocurren de forma normal en la población y supone un grave problema para un 5% de ella.

Las pesadillas pueden ocurrir tanto en fase REM como no REM, aunque son más frecuentes durante la primera. Una de las áreas que aumenta su actividad es la amígdala, nuestra guardiana de las emociones desagradables, de los miedos y de los estados de alerta. Como nuestro cerebro no distingue si lo que estamos percibiendo es un sueño o es la realidad, la respuesta va a ser similar. Es decir, palpitaciones, respiración agitada, aumento del tono simpático (de alerta), etc hasta tal punto que nos hace despertarnos del miedo que estamos pasando. El-ho-rror.

¿Cuál es la función de las pesadillas?

Aunque así de primeras no sea nuestra primera opción, las pesadillas pueden ser “terapéuticas”. Muchos autores afirman que las pesadillas tienen una función de regulación emocional y que los mecanismos para ello son la “desomatización”* (expresión de síntomas a través de emociones), la disminución de la afectividad y la extinción del miedo. *Este mecanismo permite moderar la intensidad de ciertas emociones y que disminuyan los síntomas asociados y fue propuesto en 1970 por Fisher, sobre todo relacionado con episodios de ansiedad. Vamos, que soñar cosas angustiosas reduce tu angustia durante el día. Es lo opuesto a la famosa somatización en la que la falta de expresión de una emoción se traduce en un síntoma. ¿A que ya no ves con tan malos ojos a las pesadillas?

Aparentemente, hay gente a la que determinadas comidas les produce pesadillas. Yo entiendo la asociación dulces-café con el insomnio o los malos sueños, pero con esto del queso aluciné un poco. Esto es lo que he encontrado:

En un estudio del año 2015 se encontró que hasta un 17% de los participantes encontraban una asociación entre lo que comían y lo que soñaban. En el top-3 se encuentran los productos lácteos (quesos), los hidratos de carbono (pasta) y los dulces. Y, en cuarto lugar, se encuentran los pepinillos (yo de pensar en pepinillos ensalivo, no sueño raro…). El 44% de las personas que lograban hacer esta relación comida-pesadillas aseguraba que se debía al queso.

La verdad que nunca me he parado a hacer este tipo de relación comida-pesadillas pero me fijaré a partir de ahora. De todos modos, en este mismo estudio también se advierte del “efecto folklore”, es decir, de la tendencia de percibir una comida altamente asociada a pesadillas si es lo que hemos aprendido en casa, en la familia o en la cultura que nos rodea. Un efecto placebo transgeneracional y transcultural, vamos. Por eso mismo, en este estudio sugieren que la hipótesis del queso esté sesgada también por el efecto folklore. Ya te digo, que yo nunca lo escuché y comía queso y productos lácteos antes de dormir (ahora ya no, pero es una cuestión de alergias que eso sí que es una pesadilla!).

Osea que, a grandes rasgos, podemos decir que los sueños afectan a la fisiología de nuestro cerebro, cambiando el metabolismo de áreas implicadas en cognición y memoria y que esto ocurre sobre todo en fase REM. Además, sabemos que las pesadillas pueden darse en ambas fases y que la actividad de la amígdala toma protagonismo en estos momentos de pánico onírico. Y por último, la ciencia nos cuenta que las pesadillas son nuestra terapia nocturna y que a menos que te lo hayan contado en casa, puedes comer pepinillos antes de dormir (¡menos mal!).

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